Es un período de grandes abstractos de tonalidades grises y pequeños dibujos en blanco y negro, que expresan la intensidad de un intervalo  que se pierde. Esta serie, denominada El rugido de la montaña (1989-1990), fue trabajada y expuesta en Europa (Berlín y Bruselas) y en Ecuador (Quito); en ella se relacionaban el itinerario y la memoria de un espacio imaginario.
José Peña Loyola escribe:
Creo que un impulso similar llevó a la artista ecuatoriana Pilar Flores a trabajar en su serie de pinturas abstractas titulada El Rugido de la montaña (1989-90). En el rugido hay un temblor. Flores intenta pintar ese sonido, el sonido que ruge, o el rugido mismo. Ese sonido es, supongo, también el lenguaje de la montaña. Ella pinta sombra sobre sombra de diferentes grises. En uno de sus cuadros, el sonido es un gris que se ahueca.
Entender las montañas como seres capaces de producir un lenguaje propio es activar un proceso de traducción, parecido a la comunicación de Navarro o de Flores con ellas.  Pero si seguimos a Adnan y las pensamos como el lenguaje mismo, ¿qué métodos podemos inventar para traducirlas, no el lenguaje que hablan, sino el lenguaje que encarnan? O el lenguaje que son. No sólo las cosas, y una lengua es una cosa, son materia, los actos también lo son.
Vuelvo al poema de Vallejo, fue domingo en las claras orejas... Busco un lugar donde sus cerros horizontales puedan aparecer como el lenguaje mismo. Escudriño las estrofas, los versos, las palabras y las sílabas. Y entonces sueño en una piedra, escribe en la primera línea de la última estrofa. Sueña en una piedra. La roca está numerada, diecisiete, o es un número en sí, peñasco numeral, y él lo ha olvidado. Y luego dice, todavía describiendo la roca: sonido de años. La roca, como en los cuadros de Flores, parece ser un sonido, un sonido de años, un sonido de tiempo.​​​​​​​
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